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Para ellos la fiesta, para nosotros la pandemia



La Argentina vive momentos de extrema gravedad institucional. Tras conocerse el listado de ingresos a la Quinta Presidencial durante la estricta cuarentena del 2020 el hedor a putrefacción empezó a filtrarse por el sótano del poder. 

Un empresario taiwanés con contratos con el Estado de dudosa transparencia, una modelo devenida en asesora, amigos, famosos. 

Hasta ahí se trataba de un cierto descontrol en las visitas a la residencia de Olivos que empezó a crispar el ánimo social. Pero hubo un hecho que partió la tierra en dos. La foto de un festejo de cumpleaños, regado con vinos y espumantes, ramos de rosas por doquier y bombones caros fue un cachetazo al pueblo argentino. Sin barbijos, sin distancia social y violando todos los protocolos y el DNU vigente para esa fecha un grupo de 12 personas despreocupadas, disfrutando de las mieles estatales sonreían hacia la cámara de un celular. 

Ese día la ocupación de camas de terapia intensiva en el AMBA era del 61,3%. 

Solamente podías circular si eras esencial.

Si transitabas sin permiso te secuestraban el auto.

Dejaste de ver a tu familia, a tus amigos. Tus hijos estaban encerrados con clases virtuales, si tenías internet, si tenías un dispositivo y si tenían clases. 

Las pymes quebraban, los negocios cerraban, los bares se fundían, comenzaron los infartos, los casos severos de depresión, ansiedad. Si tenías un trabajo informal, una changa, no podías salir de tu casa. Mientras tanto aumentaba todo, se sumaban los contagios, se multiplicaban las muertes.

Velaban a los seres queridos por zoom. No había autopsias.

Hubo familias que estuvieron meses separadas porque no se podía viajar. 

Miles murieron solos. En muchas provincias arrasaron con los derechos humanos. No podías entrar, salir, acompañar a un ser querido. 

Los camioneros esperaban días  a la vera de las rutas. Padres con trabajo esencial que debieron dejar a sus hijos solos porque no estaba autorizado el personal doméstico ni que un familiar pueda circular para cuidarlos.

Horas y horas perdidas frente a la computadora para tramitar un permiso de circulación.

Cerraron los bancos, solo te atendian con turno, acceder a tu cuenta y a tu dinero, en muchos casos era una odisea. 

Supermercado con horario limitado. 

El pánico se respiraba en la calle. 

El microcentro se convirtió en una zona desolada casi de guerra.

Nada iba a ser como antes de marzo del 2020.

Cumpleaños por zoom, citas por zoom, trabajo remoto. Dejaste de ir al médico y hacerte los chequeos porque te decían que había que dejar el sistema de salud para los enfermos de covid y era tal el miedo al contagio que proliferaron enfermedades que podrían haberse descubierto a tiempo.

Miles de niños sin sus terapias, regresiones graves en el comportamiento. 

Adultos mayores en los geriátricos sin visitas.

Plazas sin chicos.

Un patrullero circulaba a la noche con un megáfono que te advertía que debías quedarte en casa. Parecía una distopía apocalíptica. 

Aplausos a las 21 al personal de salud que estaba maltrecho, mal pago y esperando un bono que nunca llegaba.

Ahogados por intentar cruzar un río para ingresar a una provincia, centros de aislamiento símil detención en Formosa. 

Quédate en Casa nos decía Fernández. Yo los estoy cuidando nos repetía hasta el cansancio. Y por momentos muchos sintieron esa figura protectora que busca un pueblo inmaduro.

Quedate en casa.

Y vos cumplías. Y respetabas. Y no veías a nadie. Y te cuidabas. Y llorabas en soledad a un muerto cercano. 

Quedate en casa. 

Y te quedaste sin trabajo. Quebró tu empresa. Te dedicabas al turismo y te fundiste. 

Quedate en casa. 

Y diste vuelta la última silla en tu restaurante.

Quedate en casa.

Mientras tanto había fiesta en Olivos. Habia brindis, había festejo. Había vida. Para el resto, para nosotros, encierro, angustia y pandemia.

Que no nos roben la esperanza


Según la Real Academia Española la Esperanza es el "Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos". 

¿Hoy se nos presenta posible lo que deseamos?

Una foto que vi esta semana me dio un indicio para poder responder esto. La imagen era del Consulado de Italia en Buenos Aires. La fila de personas esperando para tramitar la ciudadanía daba vuelta la esquina. Por la pandemia todas las gestiones están muy demoradas y a esto se le suma que se han disparado las consultas y los pedidos de turnos. Algunos cansados de esperar han viajado directamente para realizar el proceso en Italia. Lo mismo sucede con el consulado español. Paralelamente en Ezeiza se ve a diario cómo se despide una familia. Se va un hijo, una hija, un sobrino, una pareja de recién casados, un grupo familiar completo y algo se desgarra por dentro. Es un dolor profundo que se mezcla con saber "que es lo mejor". ¿Cuándo dejamos de sentir que la Argentina no era lo mejor para nosotros?

Un país que dio cobijo a millones que escapaban del hambre y la guerra, un territorio generoso y con todos los climas. Un país que supo ser referente en Educación y Cultura, con ideas progresistas y mentes brillantes. Sin embargo hoy a muchos nos invade la desazón, el sentir que nos han robado todo. Que la Justicia no funciona, que el clientelismo arrasó con la cultura del trabajo, que los narcos amenazan públicamente a jueces y no pasa nada, los condenados participan de marchas y actos. Dirigentes que se cortan las tobilleras electrónicas frente a tribunas enardecidas. Una docente adoctrina con violencia y el jefe de Estado la avala. Y esto sólo sucedió en una semana...

Y hay tanto en juego en estas elecciones que sentimos, salvo poquísimas excepciones, que ningún político realmente se juega porque, sólo quieren prenderse a la teta del Estado. Y nos invaden con spots de campañas vacíos de contenido, y se pueden ver los hilos. Se quieren salvar, a costa nuestra, de nuestro esfuerzo, nuestra trabajo y nuestros impuestos asfixiantes. Tuvimos a Roca, a Alberdi, a Sarmiento, a Juan B. Justo...ahora tenemos dirigentes que pasan vergüenza en tik tok creyendo que así captan al voto joven y los jóvenes necesitan un futuro, un proyecto concreto que los aleje de la idea del éxodo. 

 ¿Hay que dejarles el país a los que se han robado todo?

Jubilados que ganan una miseria tras una vida de trabajo y no les alcanza ni para medicamentos ni para comida. Según el Indec, con la jubilación mínima, no pueden acceder a la canasta básica. ¿Algo más indignante que esto? 

Las urnas son el único camino viable para expresarnos, el lugar donde de manera solitaria y en silencio podemos gritar que no vamos a permitir que nos roben la esperanza.

¿Esto también pasará?


Todos los días amanecemos anestesiados, con el efecto de rana que arde lentamente en el caldero.  Prendemos la tele y la noticia de un nuevo hecho de de inseguridad nos golpea en el pecho. Motoqueros que atacaron a un transeúnte, golpe comando en un comercio, ataque piraña que termina en entradera, jubilado molido a palos, un laburante baleado en la parada de un colectivo, un repartidor apuñalado y hasta el caso reciente de un menor secuestrado en un barrio porteño y liberado horas después en una ruta de la provincia de Buenos Aires. Y sentimos miedo, por los que amamos, por nosotros.

Se multiplican los asentamientos y el frío atraviesa cientos de almas todas las noches. La droga avanza como una mancha voraz arrasando todo a su paso.

La pobreza infantil supera el 63% y se calcula que 1.1 millones de chicos se "desvincularon" de la escuela en junio del 2020. Desvincular es la palabra que usan desde el Ministerio porque es el eufemismo a mano antes que hablar de deserción escolar. Según cifras oficiales correspondientes al mes de marzo, 376.532 alumnos se habían reincorporado, es decir un tercio del total.

Imposible no hablar de tragedia social, niños que viven en casillas precarias sin energía eléctrica, agua potable y mucho menos internet para conectarse a una clase virtual.

Y un día nos sacude una foto de una fiesta clandestina en la Quinta de Olivos y desde un acto la dirigencia nos grita, nos levanta el dedo, insulta nuestra inteligencia y busca impunidad.

Mientras tanto millones de argentinos no tienen garantizado los derechos mínimos. Se multiplican los planes sociales, se escapan las empresas, los jóvenes encuentran en Ezeiza el futuro que el país les niega. 

La Justicia en tanto revuelve la olla, expectante, desde su cómodo sillón, su oficina con calefacción, su salario generoso, su jubilación intacta.  Sólo un puñado de fiscales y jueces avanza, investiga, nos defiende de los atropellos.

Porque la Argentina se ha convertido en un país de castas. Los privilegiados de siempre y el resto, los mortales, que laburamos, pagamos los impuestos asfixiantes,  tramitamos los permisos de circulación, nos quedamos en casa durante la cuarentena, vivimos con un salario que se extingue antes que el mes finalice, nos angustiamos cuando le damos unos pesos o le compramos comida a un pibe descalzo que duerme en el subte. Vivimos en un estado de permanente indignación. Se vacunaron antes y por izquierda. Honramos a nuestros muertos y se llevaron las piedras.

No me resigno a que esto también pase, a que nos olvidemos, que cedamos ante los cantos de sirenas y operaciones políticas de campaña, que nos durmamos en el agua hasta morir. 

Es imperativo y vital que estemos despiertos y tengamos Memoria para pedir Verdad y Justicia.

© todos los derechos reservados
hecho por Fabio Ferrer